Dedicado a los que dicen no tener pecados...
"Yo no estoy loco" afirman los residentes del sanatorio. "Yo soy inocente" dicen los reclusos del penal. "Yo no tengo pecados", se convencen muchos de nuestros cristianos... Pero ¿es eso posible?
"Yo no estoy loco" afirman los residentes del sanatorio. "Yo soy inocente" dicen los reclusos del penal. "Yo no tengo pecados", se convencen muchos de nuestros cristianos... Pero ¿es eso posible?
Dice el Espíritu Santo "si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros" (1Jn 1, 10). El "yo no tengo pecados" descubre al traidor: al pecador endurecido contra todos los mandamientos de Dios.
Pecador contra el Primer mandamiento: qué necio, no desea ni busca la santidad. Qué diferencia con el llanto de los santos: "¡el Amor no es amado!". Cuántas manchas se descubre el alma iluminada por la gracia y pelea para embellecerse a los ojos de Dios, y cuánta oscuridad en la cueva de ladrones. La relación de amor no entiende de mínimos (y si fuera así no sería amor...): cuántos fallos descubren en sí mismos los amantes, siempre cortos en su entrega... ¡y cuán gozosos se lanzan en esta aventura, siempre celosos por no poder amar más! Cristo en la hermosura de la Transfiguración sólo sabía hablar de lo que más amaba, de su Pasión por nosotros por amor al Padre, ¿y tú? ¿Cuánto amas a Dios?... "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48).
Pecador contra el Segundo mandamiento: acaso no es blasfemo decirle al Crucificado: ¿Para qué tu Pasión y tu Cruz? Yo no soy una oveja perdida, no necesito tu Sangre, no necesito que me busques ni que me laves, yo no tengo pecados... Cuánta tristeza en el cielo, ante el canto fúnebre de este pobre desgraciado. Cómo resuenan estas palabras en las paredes del Cenáculo: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo" (Jn 13, 8).
Pecador contra el Tercer mandamiento: pues presentando tal desprecio por Dios y su obra... ¿Cómo apreciará debidamente a la Iglesia? ¿Cómo valorará los sacramentos, la oración... aquellos medios que dispone Dios para nuestra salvación?
¡Pecador contra todos los mandamientos! Con tal impío no cabe esperar la guarda del resto de las disposiciones que hacen referencia al prójimo... Si algo bueno ha hecho, su soberbia lo atribuirá a sus fuerzas y el premio de esas acciones naturales se deshará en la tumba. Ahí tenéis a un ladrón: acaso hará siglos que dio una limosna generosa, y la vanidad la ahogó en el barro. Ahí tenéis a un lujurioso: su sensualidad no tiene medida, sus ojos, sus oídos, sus manos desbordan suciedades. Ahí a un mentiroso... Ahí un perezoso... Ahí uno incapaz de perdonar las ofensas... Ahí otro incapaz de dar su brazo a torcer. Veis más adelante, uno muy capaz de pedir cosas para otros pero incapaz de pedir nada a Dios para él, ¡cuánto menos su perdón!
Es así que en esta Cuaresma, volveremos a escuchar el canto del cuco, el canto de aquél que parece cristiano y no lo es: de aquél que con sus obras y palabras, con su ejemplo y vida saca a los demás del nido y conduce a la condenación. De aquél que dice: "yo no tengo pecados, para qué confesar".
Por contra, nosotros, los que afirmamos compungidos en cada misa que hemos "pecado mucho, de pensamiento, palabra, obra y omisión", que adoramos de rodillas en la consagración y que antes de comulgar decimos "no soy digno de entres en mi casa"... nosotros pecadores redimidos que frecuentemente somos perdonados en la confesión, que bien necesitamos ésta y todas las cuaresmas de nuestra vida, responderemos con ayuno, oración y celo a estos cucos, ya sea con fortaleza bautista o con dulzura salesiana, y en nuestra misión, con el auxilio de la gracia, los cazaremos (también al que se esconde mezclado con el trigo en nuestra alma). Nos anima saber que "quien convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados" (St 5, 20). Y con deseos de reparar al Corazón de Jesús, recordando que "hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" (Lc 15, 7), rezaremos confiados el Rosario con sus "Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén". Y esperaremos...
Qué alegría, ¡Enhorabuena!, ¡Las súplicas de la Virgen otra vez lo han conseguido!, mirad, ¿no lo veis? ¡Un cuco convertido! Miradlo a coro con los ángeles, ¡qué hermoso jilguero!
Por contra, nosotros, los que afirmamos compungidos en cada misa que hemos "pecado mucho, de pensamiento, palabra, obra y omisión", que adoramos de rodillas en la consagración y que antes de comulgar decimos "no soy digno de entres en mi casa"... nosotros pecadores redimidos que frecuentemente somos perdonados en la confesión, que bien necesitamos ésta y todas las cuaresmas de nuestra vida, responderemos con ayuno, oración y celo a estos cucos, ya sea con fortaleza bautista o con dulzura salesiana, y en nuestra misión, con el auxilio de la gracia, los cazaremos (también al que se esconde mezclado con el trigo en nuestra alma). Nos anima saber que "quien convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados" (St 5, 20). Y con deseos de reparar al Corazón de Jesús, recordando que "hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" (Lc 15, 7), rezaremos confiados el Rosario con sus "Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén". Y esperaremos...
Qué alegría, ¡Enhorabuena!, ¡Las súplicas de la Virgen otra vez lo han conseguido!, mirad, ¿no lo veis? ¡Un cuco convertido! Miradlo a coro con los ángeles, ¡qué hermoso jilguero!